
Por fin lo que llevaba esperando des de las ocho de la mañana, el timbre que daba por terminadas las clases. Salió y empezó a dirigirse a casa sin hablar con nadie, sin esperar a que nadie la acompañara, prefería estar sola, en su mundo. No, todavía no se lo podía creer. Se había negado a si misma la idea de haberle perdido. Pero también tenía claro que no tenía más remedio que superarlo. Lo echaba de menos, mucho. Sentía un vacío en el pecho, como si de golpe, le hubieran arrancado todo lo que tenía dentro. Su cabeza no paraba de dar vueltas una y otra vez al porque de todo, y si hubiera podido cambiar las cosas en aquel momento o no. Quizá si, ¿quién sabe? El hecho es que ya no podía volver atrás. Estaba a punto de ponerse a llorar cuando la vecina la paró al final de la calle. Le pedía ayuda con un par de bolsas que quería tirar a la basura, con una sonrisa fingida rápidamente le echó una mano. Se despidió lo antes posible y se dispuso a llegar hasta su portal sin más distracciones, pero eso no fue posible.
En aquel instante el corazón se le paró. Se quedó sin aliento. Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas, ya no aguantaba más. No podía evitarlo. Sacó la voluntad de andar un par de pasos más para comprobar que era cierto, que estaba allí. Que no lo estaba soñando. ¿Y si eran imaginaciones suyas? ¿Estaba volviéndose loca? Cuando estuvo a escasos centímetros de él se paró para mirarle a los ojos. No, no era ningún delirio, ni tampoco ninguna proyección, estaba allí. Delante de ella.
-Tienes delante al idiota más grande que existe en este mundo- Dijo mirándola.
-No me lo puedo creer- Logró pronunciar ella- Estas delante de mi portal, montado en tu moto... Te fuiste y de nuevo estás aquí. ¿Y lo único que vas a decirme es que eres idiota? Porqué eso es algo que he podido comprobar, ¿sabes?
Se acercó a ella y con cuidado le acarició la mejilla- Te quiero.
-Eso está mejor- Respondió ella con una sonrisa.
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